Por Jairo Alberto Mejía Acevedo
La
palabra poética es revelación de nuestra condición original
porque
por ella el hombre efectivamente se nombra otro,
y
así él es, al mismo tiempo, este y aquél,
él
mismo y el otro.
Octavio Paz, en El arco y la lira.
El camino más corto para llegar a
nosotros mismos, es la poesía. Ella es canto y silencio, odio y amor… Pero ante todo es el yo
universal del Hombre, luchando contra su propia nada y la del mundo. Sólo
que si pudiéramos liberarnos de la nada, la poesía se iría con ella; entonces
quedaríamos vacíos; sin alas para recrear la realidad que no queremos evitar
aunque demostremos lo contrario. Por eso la poesía y la nada son fruto de
nuestra soledad compartida. “El poeta
revela al hombre creándolo. Entre nacer y morir hay nuestro existir, a lo largo
del cual entrevemos que nuestra condición original, si es un desamparo y un
abandono, también es la posibilidad de una conquista: la de nuestro propio
ser.”[1]
Pero, ¿qué es poesía? “No se trata de saber qué dice este o aquel poema:
la poesía no es un juicio ni una interpretación de la existencia humana. El
surtidor del ritmo-imagen expresa simplemente lo que somos…””[2]
Por eso, en toda obra poética,
el tema es secundario: no es lo que dice sino cómo lo dice. Importa sólo la
fuerza poética con que es recreado el tema; y esto sólo se logra mediante el
adecuado uso de los recursos estético-literarios, en conjunto con la habilidad creativa y el conocimiento del idioma; porque donde no hay unidad,
intensidad, circularidad, ritmo y movimiento, no hay poesía. Aquí no se trata de gustos
académicos ni empíricos; menos de ser o no amigo del autor: se trata de ser o
no ser poesía; pero desde el concepto universal de lo bello-estético.