martes, 10 de julio de 2012

POEMAS EN PROSA DE TRES GRANDES





EL AMENAZADO 
- Jorge Luis Borges -

Es el amor, tendré que ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como un sueño atroz.

La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes; el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que me miran por las ventanas, pero la sombra no me ha traidor la paz.

Es, ya lo sé, el amor; la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. Es el amor con su mitología, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos se cercan, las hordas (esta habitación es irreal; ella no la ha visto). El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo.


CRÓNICA 
De Anábasis y otros poemas
- Saint-John Perse -

II

Mentías, vejez: camino de brasa y no de cenizas… Con el rostro ardiente y el alma alta, ¿hacia qué exceso seguimos corriendo ahora? El tiempo que mide el año no es la medida de nuestros días. No tenemos comercio con lo menor ni lo peor. Para nosotros la turbulencia divina en su último remolino…

Vejez, henos aquí en nuestros caminos sin límites. ¡Chasquidos del látigo en todos los desfiladeros! ¡Y un grito altísimo sobre la altura! Y ese gran viento de fuera a nuestro encuentro, que curva al hombre sobre la piedra como el arado sobre la gleba.

Te seguiremos, ala del atardecer… ¡Dilatación del ojo en los basaltos y en los mármoles! La voz del hombre está sobre la tierra, la mano del hombre está en la piedra y extrae un águila de su noche. Pero Dios calla en la fecha de hoy; y nuestra cama no está hecha en la extensión ni la duración.

Oh Muerte ataviada con el guantelete de marfil, en vano cruzas nuestras sendas empedradas de huesos, pues nuestro camino va más lejos. El escudero mal trajeado de huesos a quien damos albergue y que nos sirve a sueldo, desertará esta noche en el recodo del camino.

Y queda esto por decir: vivimos de ultra muerte y hasta de muerte viviremos. Pasaron los caballos que corrían al osario, con la boca todavía fresca de las salvias de la tierra. Y la granada de Cibeles tiñe aún con su sangre la boca de nuestras mujeres.

Nuestro reino es del crepúsculo, ese gran resplandor de un Siglo hacia su cima; no tenemos consejos reales ni campos de batalla, sino todo un despliegue de telas sobre las laderas, extendiendo en largos dobleces esos grandes montones de luz amarilla que los Mendigos del atardecer reúnen desde tan lejos, como sederías de Imperio y sedas crudas de tributo.

Estábamos cansados del dedo de tiza bajo la ecuación sin dueño… Y vosotros, nuestros grandes Mayores, que en vuestras rígidas vestiduras descendéis las rampas inmortales con vuestros grandes libros de piedra, os hemos visto mover los labios en la claridad del atardecer: no habéis dicho la palabra que crezca y nos asista.

Lucina errante sobre las aguas para el alumbramiento de las obras de la mujer, hay otros nacimientos hacia donde llevar tus lámparas… Y Dios el ciego brilla en la sal y en la piedra negra, obsidiana o granito. Y la rueda gira entre nuestras manos, como en el tambor de piedra del Azteca.

V

Henos aquí, vejez. Encuentro fijado, desde hace tiempo, con esta hora llena de sentido.

La tarde cae y nos trae de vuelta con nuestras capturas de alta mar. Ninguna losa familiar donde resuenen pasos de hombre. Ninguna morada en la ciudad ni patio pavimentado de rosas de piedra bajo las bóvedas sonoras.

Es hora de quemar los viejos cascos cargados de algas de nuestros navíos. La Cruz del Sur está sobre la Aduana; el rabihorcado ha vuelto a las islas; el águila arpía está en la jungla, con el mono y la ampalagua. Y el estuario es inmenso bajo la carga del cielo.

Vejez, mira nuestras ganancias: vanas son, y libres están nuestras manos. El trayecto está hecho y no está hecho; la cosa está dicha y no está dicha. Y volvemos cargados de noche, sabiendo de nacimiento y de muerte más de lo que enseña el sueño del hombre. Tras el orgullo, he aquí el honor, y esta claridad del alma floreciente en la espada grande y azul.

Fuera de las leyendas del sueño, toda esta inmensidad del ser y esta profusión del ser, toda esta pasión de ser y todo este poder de ser, ¡ah todo este gran soplo viajero que levanta bajo sus talones, con el vuelo de sus largos pliegues -gran perfil en marcha sobre el vano de nuestras puertas- el tránsito veloz de la Virgen nocturna!


EL GATO 
De Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat
- Charles Baudelaire –

Ven, hermoso gato, sobre mi pecho amoroso: retiene las garras de tus patas y déjame sumergir en tus hermosos ojos, en los que se mezclan el metal y el ágata.

Cuando mis dedos acarician a su antojo, tu cabeza y tu lomo elástico, y mi mano se embriaga con el placer de palpar tu cuerpo eléctrico, veo a mi mujer en espíritu; su mirada, como la tuya, amable bestia, profunda y fría, como un dardo hiende y corta, y, de los pies a la cabeza, un aire sutil, un peligroso perfume, flota alrededor de su cuerpo moreno.